Florecía
la luz
y
nuestros dedos rechazaban a la lluvia.
El
principio nos visitaba
con
su alarde de pétalos y violines.
Era
momento de abrir sensaciones,
beber
cada sorbo de sutileza
y
entregarnos al sol
como
dos sembradores de caricias.
El
corazón se nos llenó de abriles
y
nos ahogamos en perfume;
no
quedó espacio para respirar nieve
ni
entender el ciclo del árbol.
Ahora,
aspiramos magnolias secas
y
engañamos a la vida.