( A Marco Antonio )
Tembló el atardecer
cuando entre ópalos desconocidos
despertaste mi levedad.
Tus legiones sagradas
robaron la fortaleza de mi sangre,
y en suspiro piramidal
nos consagramos al Nilo interno.
Mi trono de amatista
se deshizo en tu aureola de héroe,
y sin mediar juramentos
te conduje a mis jardines vencidos
donde cada loto se enamoraba.
De soles rojos fue nuestra conquista,
símbolos tallados a voluntad
de algún dios que entendía
por qué el firmamento desciende
hasta fundirse con el cetro de oro
que late al unísono.
Cambié mi vacío por tu seducción,
y lo volví a recuperar para envolverlo
con agonía de amante,
con brotes secos de mi instinto maternal,
con ternura desahuciada...
Cuando reptó la serpiente
por escalones de piedra y tortura,
grabé tu amor en un papiro:
jeroglífico eterno
que sólo mi piel pudiera descifrar.