Mírame,
noche.
No
bajes tus ojos calcinados,
ni cierres tu boca a enjambres
densos,
moribundos.
Atrévete
a morder la desazón
que
te identifica,
y
a dejar tu huella de metal quemado
en
cada una de mis lindes.
Has
vivido tanto y tan cerca
de
mis oráculos y ritos,
que
no extraño tu perfil de luna
en constante eclipse.
Tú:
menguada en mis odas,
o
engrandecida en mis desgarros.
Tú:
completa o partida
en
mitades de desesperanza.
Tú:
nube coronando mis caídas.
Mírame,
noche,
y
acaso, al mendigar tu estirpe
en
mis torpes escollos,
encuentres
mi brote de fe
que
te ilumina.