Escucho
la voz del tiempo,
me
requiere,
me
posee,
me
pregunta.
Y
yo, ahogada de chubascos
y
legados de flechas,
no
contesto.
Porque
toda mi esencia
ya
es savia de cactus,
porque
mis conceptos
se
aferran al vidrio acuoso
deshecho
en lagrimares.
Niego
el tic-tac
del
reloj de arena
incrustado
en mis huesos.
Me alío con lo inconsistente
por
no tocar una revelación
que
ha consumido
hasta
el ínfimo recreo.
Concreta
en abstracciones,
paso
de puntillas
por
cada sensación ajena,
mientras
escucho
la
voz, sin voz, del tiempo.