Me
diste a probar vino macerado
con
todos los estíos
que
cabían en tus manos vivaces.
Se
fundieron tu impaciencia
y
mi espera,
sin
ningún detonante capaz de enturbiar
el
mutuo reconocimiento.
Ocho
dígitos sonaron
en
la frecuencia sensible,
motivando cada trocito de felicidad,
sin
censura.
El sentimiento creció
y
fuimos acumulando memoria,
por
si la tormenta,
por
si las ramas sin pájaros…
De
aquellas instantáneas pervive
un recodo a salvo de inclemencias
y el hechizo instalado en el presente
como dueño y señor de mis torres partidas.
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